¿Podemos llegar a los peldaños más elevados del Yoga?

arbol de la vida

«El árbol de la transmutación… es declarado eterno, sus hojas significan los muchos Dharmas. El aspirante que así entiende este árbol del proceso del mundo es sabio en esta ciencia.»
(Srimad Bhagavad Gita. Cap. VII, sloka 10)

Resulta un deber sintonizarnos con los aspectos positivos que trae el actual escenario global, no solo para morigerar las fuerzas del materialismo, sino que también por el derecho que tenemos de vivir una vida plena, independiente de las circunstancias a nuestro alrededor. Para ello están las diversas ramas espirituales diseminadas a lo largo y ancho del planeta, cual brotes primaverales del árbol de sabiduría perenne. Aquí y ahora ¿Cuál es el camino hacia el fruto más adecuado para crecer en cuerpo, mente y alma?

 

Son ampliamente aceptados los alcances de la actual configuración global, sea cual sea su campo de conocimiento. El inconsciente colectivo comienza a reconocer poco a poco que la fraternidad no es exclusiva de grupos sociales reducidos (etnia, ciudad, región, país) sino que enlaza en un abrazo sutil a pueblos distintos y apartados, tanto geográficamente como culturalmente. Podemos conjeturar que esta aceptación, esta cercanía, este interés por el otro se la debemos a la madurez que estamos desarrollando como mundo globalizado, interdependiente y virtualmente conectado. Rostros, colores, formas, costumbres, cantos, comidas, vestuarios, festividades, peregrinaciones, lenguas, danzas, creencias, símbolos, íconos, ritos iniciáticos, etcétera, todos esculpen en la experiencia humana rasgos de la multiplicidad divina que poco a poco, vida tras vida, aproximan a todos los seres al moksha.

Hace algunas décadas el investigador norteamericano Joseph Campbell (1904-87) denominó a esta gama de aproximaciones “Las máscaras de Dios” en un afamado libro donde hizo análisis comparativos de diversas expresiones espirituales del globo terrestre. Mircea Eliade (1907-86) -el historiador de las religiones por antonomasia- también dedicó gran parte de su vida a descubrir la inmanencia divina en cada expresión sacra del planeta, desde su temprana participación en el grupo Eranos (pasando por largas estadías en terreno como etnógrafo), hasta sus últimos días dedicados a la docencia en la Universidad de Chicago. Qué decir de Hans Küng (1928-) quien renunció a las altas esferas de la curia católica por buscar las huellas del Supremo en las tradiciones religiosas del globo. Ellos y muchos otros han reconocido arquetipos, formas mandálicas, símbolos, palabras de poder y dramas místicos en culturas aparentemente diferentes. Con mucha osadía nos atrevemos a decir que personajes como ellos construyen puentes interculturales, sus estudios amplían el horizonte de nuestra realidad secular y dejan el terreno en un estado propicio para el cultivo de la tolerancia, la práctica de la fraternidad y el entendimiento del prójimo. Concordamos plenamente con la labor investigativa de estos personajes, quienes afirman que toda espiritualidad profunda proviene de un mismo origen pero en diferente forma. Si bien en primera instancia es una intuición ‘hippie’ más que una comprensión directa, cuando estudiamos la sabiduría perenne terminamos por comprobar -a través del corazón sereno- que tras el velo de la realidad física existe un lazo que nos enhebra a un destino más elevado. Si, podemos asociarlo con la onda acuariana, el nacimiento de un ciclo maya, el nuevo paradigma de la ecología profunda, etcétera.

Esta nueva visión de interdependencia, sumada a las fehacientes pruebas que nos demuestran cómo el balance de la naturaleza global depende de acciones locales, acentúa aún más el concepto de Unidad que transmitieron desde principios del siglo pasado los esoteristas de vanguardia provenientes de la teosofía. Quizás en aquella época las mentalidades más pragmáticas que no poseían sobre sus escritorios los antecedentes de esta interdependencia, miraban con reparos estos planteamientos. Pero hoy, con las ciencias oficiales en un estado de madurez, los resultados se inclinan a favor de teorías que poco a poco descubren la constitución cohesionada del universo natural y dejan ventanas abiertas para que la brisa del misterio humecte nuestra comprensión post decimonónica.

Bien, tomemos una pausa en este punto. Debemos reconocer que tal planteamiento resultará de absoluta vanguardia para quien ha sido enculturizado en las líneas de pensamiento occidentales. Los hindúes denominan a este proceso de vida Sanatana Dharma, o rueda evolutiva que viene girando desde el primer instante del sueño de Vishnu. Se consolidan anhelos de progreso material y también quedan manifiestos sus defectos. La literatura sagrada esta accesible, solo falta interés y comprensión. Hay diálogo inter-religioso, solo nos falta ser más tolerantes. En fin, la inmanencia se consolida lentamente ante nuestros ojos y a través de nuestras manos.

Y si hablamos de espiritualidad en tiempos de materialismo es innegable la contribución otorgada por el Yoga. Y en Círculo Pránico queremos decir mucho sobre este movimiento. Concordamos con nuestros integrantes que la humanidad está percibiendo con cada vez más fuerza –desde fines de los años sesenta- la naturaleza sutil que anima las tres dimensiones de la física convencional (ancho, alto y profundidad). Planteamientos como el de los meridianos energéticos, el Reiki, los chakras, el biomagnetismo, la cromoterapia, el Ayurveda, la fotografía Kyrlian, el poder del sonido, etc. nos indican que los seres vivientes tenemos una contraparte invisible superpuesta al cuerpo físico, que, en el mejor de los casos centellea con intensas ondas que circulan y magnetizan de vigor nuestro cuerpo. Efectivamente: decimos “en el mejor de los casos” porque el estado de vibraciones que emite la ciudad moderna, con su contaminación y desarmónica influencia, perpetúa un campo propicio para el desarrollo de la enfermedad. En este punto sentimos innecesario extendernos. La misma opinión pública reconoce la toxicidad de los entornos urbanos o el perjuicio que conllevan ciertos procesos productivos contra la naturaleza. Y es aquí donde el Yoga hace su contribución.

La sadhana cultiva una influencia armonizadora sobre los cuerpos adjuntos al Ser. Sílabas místicas, suaves gongs, pranayamas, posturas corporales, consagración del agua y alimentos, gayatris de poder, mudras, entonación del yapa, etc. Todos correctamente ejecutados proporcionan al aspirante un bienestar único, donde los diversos elementos de la existencia humana (tatwas, gunas, indriyas, etc.) se alinean en torno al fragmento divino residente en la cámara etérica del corazón, otorgando fuerza al aspirante para cumplir debidamente todas las disposiciones de su karma urbano y occidental, porque en este campo de batalla están las situaciones adecuadas para desarrollar el discernimiento promovido por los gurues de todas las épocas y lugares. Ellos afirman que no es necesario ningún tipo de samskara hinduista para la realización yóguica, ni menos alguna cualidad recibida por sexo, casta, raza o sitio de nacimiento (hecho que resulta asombroso para quien ha estudiado el brahmanismo ortodoxo). Pues bien, el influjo del Supremo es transversal a cualquier época y lugar. Recordemos que la Iniciación –en el sentido esotérico de la palabra- jamás ha sido conferida a las masas ni a grupos numerosos, al contrario, los maestros instruyen y evalúan la luminosidad del devoto en las vicisitudes diarias y en la sabiduría que aplica para resolver sus asuntos con desapego, altura de miras y conciencia del presente; actuando en el mundo desde Buddhi, en otras palabras.

¿Cómo enlazamos nuestra conciencia cotidiana con Buddhi?

Con la práctica constante de la meditación o como diría el humilde Hermano Lorenzo: practicando la presencia de Dios. Es innegable la influencia del karma en nuestro diario vivir. Los apegos y aversiones hacen de las suyas en cada situación que se nos presenta. Este robusto ego -que nos maneja como títeres del mundo material- es compuesto por las semillas plantadas en nuestras existencias anteriores que, obviamente, en el presente buscan germinar. Sin juzgar esta evolución mecánica de la naturaleza, sabemos que muchas veces nos conduce por el sendero del error. Pero al tomar contacto amoroso con la chispa divina que nos da la vida (Atma) detenemos naturalmente el giro de aquellas ruedas que nos llevan por caminos errados.

Para una mejor ilustración de este ejercicio mental podemos recordar el drama del arquero Aryuna en la epopeya mística Baghavad Gita, quien abatido por un destino que prometía dolor y sangre, eleva su foco de atención hacia el Señor Krishna quien lo instruye en la ciencia espiritual del Yoga. Cual Aryuna, el meditante quita su atención de las situaciones que producen dualidades, enfocando sus sentidos hacia el interior, hacia dos místicos centros optativos: el entrecejo o en el plexo cardiaco. Estas zonas albergan potenciales vórtices que tienen íntima relación con planos superiores de la existencia desde donde se sostienen átomos sutiles que entran al sistema nervioso, sistema glandular endócrino y torrente sanguíneo con la respiración suave de las terapias holísticas. Al realizar esta absorción periódicamente (o práctica alquímica, en otras palabras) el centro de consciencia se fortalece, por ende, ya no nos identificamos con las cambiantes manifestaciones del mundo material, por el contrario, nos mantenemos inmutables ante éstas, desenredándonos poco a poco de la madeja de karmas.

En instancias preliminares la fortificación del tercer ojo (ajna chakra) despierta en el aspirante una aguda inteligencia. En Yoguis avanzados es tal la comprensión del medio que es capaz de ver con claridad y al instante las vibraciones del éter. Con el desarrollo total y positivo del anahata chakra (Chakra del corazón) los devotos son capaces de amar hasta al ser más despiadado sobre la faz de la tierra, percibiendo la perpetua unidad en la creación. Y así sucesivamente. La práctica constante de la meditación provee al aspirante de técnicas conducentes a la total realización del ser humano. Todos los grandes sabios de todas las épocas han sido de alguna manera meditadores. Es obvio que según las normas y costumbres del tiempo/espacio las nomenclaturas varían, pero el brillo del corazón humano es Uno, y, evidentemente es la causa de bien, amor universal y progreso, aquí, ahora y siempre.

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