Hablar sobre Yoga es como estar frente al horizonte provisto de todo lo necesario para un largo viaje. Los cuatro puntos cardinales se multiplican en infinitas posibilidades pero eres tu quien finalmente elige el destino, la duración y las actividades de esta aventura que por milenios ha cautivado a millones de viajeros del alma.
Si miramos atrás, encontraremos altas civilizaciones que vieron nacer los primeros atisbos del Yoga. Emperadores de diversa talla moral se suceden sin parar mientras que el desarrollo de esta ciencia del alma continúa anónima ruta desde los empedrados templos del sur de la India, pasando largas travesías a bordo de almas inquietas, las cuales inspiradas por Brahma, Vishnu o Shiva, han permitido que hoy el Yoga esté disponible a la vuelta de tu casa en sus numerosos linajes, precios y objetivos.
Si bien el Yoga nos proporciona un agradable momento de relajo, si bien el Yoga nos acompaña como buen amigo en momentos de estrés, si bien el Yoga patrocina -en conjunto con los medios- el ‘verano sin polera’, si bien el Yoga es el inicio de tu anhelo de trascendencia, si bien el Yoga es un auxiliar en tu proceso de sanación… Etcétera. Si bien es cierto que el Yoga es tan dúctil que se adapta a las necesidades de todo practicante, también es cierto que toda definición de Yoga está destinada a crecer mientras existan personas sensibles a su práctica.
Pero hablemos del Yoga aquí y ahora. Si desprendemos la práctica en sí del folclore importado, adquirir el hábito de esta disciplina es una combustión que templa tu cuerpo físico mediante precisas posturas corporales (llamadas ‘asanas’), solidifica tus aspectos más sutiles mediante ejercicios respiratorios (‘pranayama’) y finalmente ayuda a reconocer tu naturaleza espiritual que yace oculta no en el más allá, sino en el más acá. Y esto es muy importante. Tras tiempo de entusiasta práctica, lograremos sortear con serenidad las difíciles mareas de la vida cotidiana que no necesariamente dicen relación con los ritmos naturales del ser humano.
Es así, desde las diarias publicaciones científicas que corroboran los beneficios de la práctica, hoy el Yoga florece como rama del tronco de las terapias complementarias. Lo curioso de todo esto es cuando piensas en los precursores de esta disciplina (3.500 a.c.) que conceptualizaron ideas tales como las de los chakras, el aura y la energía con cero instrumental, cuestión que hace señales amistosas al -aparentemente- lejano caminante llamado chamanismo.
Debemos ser astutos para nutrirnos de la experiencia del Yoga y no ‘morir en el intento’, sobre todo si sientes en tu fuero íntimo que la frecuente práctica te suma donde falta o te quita donde sobra. Como sus planteamientos apuntan a la esencia del ser humano, los alcances de este viaje deben ser adquiridos por el estudio (‘gnanapadha’), por la alegría desarrollada en el camino (‘bhaktipadha’), por la experiencia nutritiva de la práctica (‘karmapadha’) y finalmente por la síntesis o bitácora nutrida una vez finalizado el viaje (‘anubhava’ o ‘yogapadha’). No obstante, si tan solo nos identificamos con un pequeño tour de un par de horas, los beneficios de la práctica igualmente -a estas alturas del viaje- no necesitan mayor reconocimiento, ni enumeración atractiva. Por esto es necesario conocer en cuerpo y mente en qué consiste una lección de Yoga para que los más de 5.000 años de apacible camino hablen por sí mismos de sus amplios alcances.
Bueno, el horizonte siempre está a la vista sin importar hacia donde levantes la mirada. Lo importante es comenzar a viajar, recorrer con entusiasmo los altos y bajos de cada postura. No olvides detenerte a menudo para respirar y recordar el origen de tu viaje, como una postal destinada a extraviarse en el olvido del eterno presente. Y por supuesto, se creativo para enfrentar las nuevas intensificaciones de cada postura, porque el asombro indica que vas por el rumbo correcto en este viaje cuya única certeza es la expansión de tu conciencia.
Namasté.